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A mi juicio

Por Sergio Castro González

La Justicia como bien superior del ordenamiento jurídico


En cuestión de días se inaugurará un nuevo año judicial con algunas novedades y muchas antigüedades. En los tiempos del beso del impresentable Rubiales a una deportista de la federación de futbol que preside -esperemos que, por poco tiempo-, se pone de manifiesto una vez más, una máxima de nuestro tiempo: la necesidad de que se haga justicia.

Son muchas las dificultades y cuestiones que todos los operadores jurídicos debemos afrontar en este nuevo año judicial que comienza, pero hay una que destaca por encima del resto y que es tan antigua como la orilla del río: el descredito de la justicia.

Puesto que el problema resulta muy complejo y tiene diferentes aristas, conviene desgranarlo desde diferentes puntos de vista para tener una mejor visión de un problema que amenaza -sino ha sobrepasado ya-, el riesgo de convertirse en endémico. 

¿Qué es el descredito de la justicia?

Desde luego, la falta de credibilidad del ciudadano de a pie en la administración de justicia, pero también es la falta de la inversión adecuada del Estado, los retrasos reiterados e injustificados en las procedimientos, vistas, señalamientos y resoluciones judiciales, las sucesivas huelgas indefinidas, así como la gestión y el control de las mismas.

También el desprestigio de las instituciones públicas, el colocar a dedo a altos cargos sin más credencial que el amiguismo o el partidismo, hace que los ciudadanos pierdan la credibilidad en la justicia.

Algunos achacan este descredito únicamente a la falta de inversión del Estado en la administración de justicia. Desde luego, la falta de juzgados y medios es un problema en la administración de justicia. Pero seamos realistas, no es el único.

La desidia o desinterés en la administración de justicia no nace exclusivamente del gobierno de turno, sino de las personas que forman parte del sistema judicial, no es un problema exclusivamente de dinero, sino también de ganas, de esfuerzo y de trabajo.

La justicia es el patito feo del Estado. Todos criticamos su mal funcionamiento, pero más allá de los meros brindis al sol de siempre, nadie ejecuta soluciones prácticas y realistas que lleven a resultados visibles.

 El desprestigio de la justicia no es una cuestión baladí, la degradación del derecho a la tutela judicial efectiva puede provocar en última instancia que los ciudadanos se tomen la justicia por su mano, erosionando los principios de convivencia y democracia del estado de derecho: la concordia está en juego.

Esperemos que no lleguemos a tanto.

 Urge que todos los operadores jurídicos rememos en la misma dirección y contribuyamos a prestigiar nuestra justicia.  Es de justicia, sin justicia no hay nada.