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Con zuecos y pijama

Por Marcos Pastor Galán

Representantes de enfermeras: Los colegios


Si alguna vez quiere alguien tentar a su propia suerte con preguntas inoportunas, existe un catálogo inmenso de planteamientos no apropiados para ser portada de un periódico como víctima de homicidio. Desde la famosa pregunta cuestionando la sexualidad de alguien de "¿Cuándo te echas novio/a?" hasta un "¿Estás embarazada?", se puede experimentar el dolor ajeno de forma impertinente y escasamente acertada. Y al personal sanitario le sucede pero con su trabajo.

Posiblemente no existe nada que repatee más que hablarnos de los colegios profesionales. Y si el enfado no es suficiente, siempre se puede elevar la provocación con el Consejo General de Enfermería y el de Médicos. Son las entidades que, en teoría y solamente en teoría, defienden y gestionan las profesiones. Las primeras actúan a nivel provincial y, las segundas, a nivel estatal. Pero repito de nuevo, en teoría. De hecho, se supone que son la principal arma de cualquier profesional colegiado, una garantía de que la profesión se va a desarrollar de la mejor manera posible.

Sin embargo, ¿cómo es posible que los organismos más representativos sean tan impopulares? Podríamos adentrarnos en sus políticas de años atrás, pero no es necesario llegar a ese nivel tan profundo, además de que es más turbio incluso que las tramas de corrupción política. Bien es sabido que los órganos competentes en las profesiones sanitarias no solo no defienden, sino que llegan a entorpecer la labor. No son capaces de generar políticas seguras ni tampoco de esclarecer los conflictos, pero no es casualidad, es que en sí mismas tienen un conflicto.

Desde hace años se suman quejas sobre la falta de transparencia de los colegios profesionales. El punto principal son las elecciones a la presidencia turbias, donde las candidaturas son únicas y si alguien osa a presentar una alternativa, ya se encargan de ilegalizarla. Pero para llegar a presentarla, se debe pasar por una serie de requisitos innumerables que incluyen poseer un unicornio con los colores del arcoíris en el cuerno y juntar las famosas siete bolas del dragón. Quizás he exagerado con esto último, pero lo del unicornio es verdad.

Se suman año tras año miles de protestas que acaban en un pozo o, como decimos en la base de emergencias donde trabajo, las recogen en una máquina de escribir invisible y las custodian en la destructora de papel. Si presentar una candidatura al colegio de enfermería resulta imposible, entonces debe actuar el órgano superior para tratar de mediar y regular la situación: El Consejo General de Enfermería (CGE). ¿Alguien ha escuchado alguna vez una noticia donde el CGE expulse a los directivos colegiales por corruptos? Nosotros tampoco.

Dejando la ironía de lado, por ejemplo, un colegio de enfermería tenía entre sus requisitos para presentar candidatura haber asistido a las juntas. El problema no es asistir como tal, si es la norma, se cumple. El quid de la cuestión es que no se notificaba a los colegiados de cuándo se celebraban, ni en tiempo ni en forma. Un grupo de enfermeras destapó semejante corrupción y recibieron amenazas personales de inhabilitación. Por supuesto, el colegio hizo bomba de humo cuando las enfermeras de toda España se volvieron en contra en las redes, porque los mensajes de represalia etiquetando al organismo aumentaban exponencialmente.

Y al final las enfermeras nos quedamos ojipláticas cuando hay profesionales que quisieran tener un colegio profesional solo porque creen que eso da más categoría. Y en realidad la da, puedes elegir ser la categoría de empleado de Al Capone o, por el contrario, de sus víctimas. Lo que sucede es que la mayoría nos encontramos en el segundo grupo de forma eterna. Pero no es resignación barata, es que nos negamos a pertenecer a la jerarquía corrupta y, además, no logramos cazar al unicornio que abre la puerta de una candidatura.