No son pocas las películas de ciencia ficción que preveían que para el 2020 hubiera coches voladores en nuestras ciudades. Yo siempre digo lo mismo: si la gente no es capaz de conducir un vehículo que va pegado al suelo, como para tenerlos volando por encima de nuestras cabezas. En la sociedad actual sería catastrófico.
La única posibilidad de que eso pudiera ocurrir sería automatizando todo el proceso y evitando que el ser humano pudiera intervenir en la conducción. Casi nada.
Y eso nos lleva al siguiente punto, ¿por qué aún no tenemos coches autónomos? Vale que existen algunos modelos eléctricos como Tesla con su autopilot que nos permiten delegar la responsabilidad de la conducción al ordenador del vehículo, pero son tan sólo una minoría en el parqué automovilístico.
Han pasado más de 137 años desde que arrancó por primera vez un coche de combustión, ¿no creéis que ya era hora para haber avanzado, si no por el aire, al menos hacia una conducción más automatizada?. Pues al parecer, más que un problema tecnológico, que sin duda es un reto complejo, se trata de un problema legal y de comportamiento humano.
Para explicar esto os tengo que presentar a Mary Louise "Missy" Cummings, profesora de ingeniería de la Universidad de Duke, en Estados Unidos y experta en seguridad del transporte. Es una de las voces más críticas con los riesgos y realidad de los sistemas de asistencia avanzada en la conducción.
Cummings, viene a plantear un escenario muy interesante. Os lo voy a resumir en dos puntos principales:
1. Lo primero es que no hay evidencia de que los sistemas de conducción autónoma reduzcan los riesgos de accidentes. Aún no hay datos que analizar ni comparar, por lo que no podemos considerar esa premisa como verdadera.
2. Lo segundo, y más interesante, es que un sistema de conducción autónoma podría tener un efecto contrario. Ella utiliza el término de homeostasis del riesgo, para referirse a que la gente, al utilizar este tipo de sistemas, se confía y tiende a correr más o despistarse al volante, lo que podría ocasionar más accidentes. Y razón no le falta dado que no son pocos los ?conductores? cazados durmiendo dentro del coche mientras éste se desplaza de manera autónoma.
El concepto anterior está basado en la teoría de Gerald Wilde de que reducir el riesgo no tiene por qué reducir los accidentes. La formuló en 1982 y en este contexto nos viene como anillo al dedo.
Dejando atrás el, no pequeño, problema de homeostasis del riesgo, aún quedan otros factores más terrenales que deberíamos solventar para acceder a un nuevo escenario en la conducción. Los principales limitantes, son los siguientes:
Ya nos va quedando menos, pero aún tenemos un árduo camino por delante. Si queréis saber más, os recomiendo suscribiros a mi newsletter SEO donde a veces también hablo de temas tecnológicos.