Cala Vento, grupo que merece por sí solo una y un millón de entradas en este blog, cuenta en su maravilloso disco Balanceo con una canción que empieza así: "Ya está, fin de ciclo". Mi primer artículo en este espacio hablaba de la necesidad de replantearse la asistencia de público en los festivales de gran tamaño y de cómo el Sonorama Ribera debería ser quien señalara el camino. Pues bien, con el retiro (al menos momentáneo) de Izal, grupo ligado íntimamente tanto a una cosa como a la otra, debemos plantearnos si algunos aspectos deben cambiar en el mal llamado 'indie nacional'.
La banda del irunsheme Mikel Izal viene a representar, tanto en tiempo como en forma, la explosión del éxito de los festivales nacionales, entendidos estos como los grandes expositores de artistas productores de canciones estabuladas sobre las que pastan cada vez más y más personas. En el año 2010, Izal saca al mundo Teletransporte, su primer EP; en el 2012 sacan su primer disco, Magia & efectos especiales. Para entonces, hacía tiempo que había festivales y grupos que lograban reunir grandes masas. Mismamente, en el Sonorama Ribera ya había quedado bastante atrás el pelotazo de Vetusta Morla en el 2008. Sin embargo, había hueco para un grupo que supusiera la respuesta ?Sí, me encanta Izal? a la pregunta "¿Te gusta el indie"?
Porque sí, ellos han venido siendo el 'indie' en el sentido más manido y básico de la palabra en clave nacional en los últimos diez años. No hablo de hegemonía, tampoco de calidad ni de carteles de no hay entradas; hablo de un grupo que representa la iniciación de muchos en esta escena musical. Lamentablemente, y he ahí el problema, también el fin de mucha de la profundización en este complejo y gustoso mundo. Desde una boda en la que se canta La mujer de verde al baby shower postureado en Instagram al son de Pequeña gran revolución, todos los espacios musicales de cualquier actividad podían girar alrededor de una canción de Izal.
¿Y cuánta culpa de ello tiene el grupo? Es un buen debate este. Hace unas fechas, pude leer en Twitter un hilo nada lisonjero para con aquellos grupos que son cabezas de cartel del 'indie español', y que hacía referencia a cómo se adueñaban y disfrutaban estos de una etiqueta que, por diversas razones, no les pertenecía. No pretendo que de estas líneas se extraiga el fácil discurso de "qué bien (vaya, otra canción de Izal) que se despiden, ahora podremos escuchar cosas realmente alternativas". Señoro, es una etiqueta, relájese.
Sin embargo, sí es mi intención abordar un tema que quizás empiece a asomar en el 2023. Con la muerte de Izal como punto de partida, por ser ellos un referente claro, ¿habrá festivales que apuesten decididamente por un cartel no convencional, que no se pueda repetir de memoria como la alineación de un equipo de fútbol hegemónico? La respuesta es que haberlos haylos, sí, ¿pero tienen éxito? ¿Pueden hacer algo más que sobrevivir? Quizás la culpa no sea de Izal por vender entradas fácilmente, sino del público que solo se las compra a ellos y a otros tantos mastodontes.
Ojalá estuviéramos ante un fin de ciclo, ante los estertores de una industria que ya paga los excesos de la masificación. La cancelación de algunos festivales como el Zahara Indie y los desmanes en otros muchos podrían ser dos buenos argumentos para plantearse si compensa enlatarse para ver a los grupos de siempre. No obstante, también cabría la posibilidad de que realmente se ofrecieran de manera accesible esos espacios irreductibles de la verdadera música independiente, sea lo que sea eso. Particularmente, solo veo dos escollos y no dos posibles soluciones; creo que no estamos ante un fin de ciclo, aunque ojalá me equivoque, por la misma razón que argumenta el que volvamos a ver a Mikel Izal sobre un escenario: el dinero.