Quienes se dedican a la cosa pública, a la política, saben -o deberían- que están sometidos a la crítica más que ningún otro colectivo humano. La ciudadanía, incluida la prensa, tiene todo el derecho a expresar su opinión respecto a la gestión de los asuntos que nos conciernen a todos, más aún cuando se lleva a cabo con el dinero de nuestros impuestos. Faltaría más. Eso no significa en absoluto que todo valga a la hora de valorar, incluso de poner a caldo, a nuestros representantes.
El ex alcalde de Valladolid y ahora ministro se ha quejado públicamente de más de un centenar de artículos de prensa escrita (en papel o digital), en los que se siente insultado gravemente. Además, ha señalado con nombres y apellidos los medios de comunicación que han recogido tales fechorías. Entre ellos ninguno de su ciudad, pero sí alguno de la comunidad autónoma: La Gaceta de Salamanca, Diario de León o Diario de Burgos.
Entre los 'graves' insultos a los ha hecho referencia figuran expresiones tales como macarra, sectario, chabacano, dictadorzuelo, bocazas, bufón, pendenciero o matón. Entiendo que Óscar Puente se sienta agraviado, hasta puede tener parte de razón en alguno de los comentarios indicados, pero quizá debiera recordar que quien siembra mareas, recoge tempestades, que dice el siempre sabio refranero patrio. También es discutible que todas estas palabras sean literalmente insultos.
Me parece un evitable error señalar las cabeceras en las que se han recogido los presuntos insultos, entre otras razones porque no son responsables de las ocurrencias de los opinadores, que respondemos ante la ley de nuestras propias palabras. Así que quizá habría sido más concreto -y más valiente- haber citado también a los firmantes de las chanzas que no le han gustado. Claro, que eso podría tener consecuencias legales y políticas...
No seré yo quien insulte al señor Puente, aunque me permitiré decirle sin acritud alguna (que diría el ex presidente socialista Felipe González) que su presencia, a veces frenética, en las redes sociales no le beneficia, pese a que insista y se sienta cómodo en ellas. Es ahí donde se reúne la mayor cantidad de odio y de bazofia oral que hayamos conocido jamás. Es libre de haber elegido la narrativa de la polarización, de la confrontación y la provocación a la hora de argumentar sus principios políticos e ideológicos. Por otra parte, soy de los que pienso que el ministro de Transportes y Movilidad está haciendo el papel que le han requerido en Moncloa, donde parecen apostar por inflamar la adrenalina de los afines y de los contrarios para distraer a la opinión pública. Es una manera de contribuir al deterioro de la vida democrática, que es lo que manda en el panorama político español en la actualidad.
Acusar al mensajero, a los periodistas, es el más viejo truco del poder a la hora de agitar el avispero ideológico. Al tiempo, reconocer públicamente que la gente de su departamento de comunicación ministerial dedica tiempo y energía a elaborar listas negras no resulta nada higiénico en un país democrático. No es un buen ejemplo de gestión. Creo que el ex alcalde se ha equivocado con este señalamiento de medios de comunicación, pese a que en las altas esferas del Gobierno y él mismo piensen lo contrario.
Contar con el mayor número posible de seguidores en redes sociales debe ser el culmen del prestigio personal y/o profesional en esta vida por lo que dicen quienes se alimentan y triunfan en ellas. No es mi caso, que considero que la imagen digital, tan extremadamente cuidada hoy en día, no es más que una huida hacia adelante del ego propio, cuando no un sucedáneo de la ausencia de auténticos valores personales. Salvo excepciones. Así es el mundo del postureo. Y de los rebaños de seres racionales.