Mientras que nuestro parlamento aún debate la Ley de Cambio Climático y Transición Energética y las empresas, por fin, están entendiendo que una conducta más ambiental supone un ahorro en los costes, ¿qué podemos hacer nosotros para reducir nuestras emisiones personales y luchar así contra el cambio climático? Pues bien, ahora disponemos de algunos nuevos consejos. En concreto hay cuatro recomendaciones, que los gobiernos no se atreven a decir pero que, según Seth Wynes de la Universidad sueca de Lund y Kimberly Nicholas de la Universidad de Columbia Británica, son las más efectivas para reducir sustancialmente las emisiones personales anuales. Además de las actividades que tendríamos que estar haciendo todos a estas alturas, como por ejemplo, reciclar, cambiar a bombillas más eficientes, usar energía renovable o conducir coches eléctricos, estos dos científicos nos proponen acciones mucho más eficaces para contribuir al cambio sistémico, pero, eso sí, algo más difíciles de realizar.
La primera y más efectiva es tener un hijo menos. Según estos científicos, cada niño nacido en el mundo desarrollado contribuye con un promedio de 58,6 toneladas de emisiones equivalentes de CO2 por año. Traer un hijo al mundo, ya no viene con un pan bajo el brazo sino con un montón de toneladas de emisiones. Tener un hijo menos equivaldría a ahorrar de 24 a 118 toneladas métricas de emisiones de carbono por año, según la región del mundo; porque no es igual, la huella de carbono de niño nacido en Europa que África o América latina, por ejemplo.
Otra acción que resulta ser más que evidente es la de vivir sin coche. No basta con conducir un automóvil eléctrico, que podría reducir las emisiones si la electricidad proviene de fuentes de energía solar, eólica y nuclear. El consejo va más allá: vivir sin coche evitaría las emisiones de carbono causadas por la construcción y el transporte del automóvil, y reduce además la necesidad de construir más carreteras y estacionamientos. Según Wynes y Nicholas, vivir sin coche equivale a ahorrar de una a 5.3 toneladas métricas de emisiones por año.
Hasta que los aviones funcionen con biocombustibles, tecnología disponible pero lejos de aplicarse por ahora, evitar viajar en avión puede reducir considerablemente una de las fuentes de emisiones más importante y ahorrar hasta 2.8 toneladas métricas de emisiones por persona/ por año.
Por último, estos científicos nos recomiendan abstenernos de comer carne para ahorrar hasta 1,6 toneladas métricas de emisiones por año. Una dieta exclusivamente vegetariana resulta ser mucho más efectiva en términos de reducción de emisiones que muchas otras acciones que los gobiernos están llevando a cabo.
Si queremos evitar que la temperatura superficial global promedio aumente más de 2ºC, cada individuo solo podría emitir un máximo de 2.1 toneladas métricas de carbono por año. Según los cálculos realizados por Wynes y Nicholas, se estima que una persona que come carne y realiza un vuelo transatlántico de ida y vuelta por año agota su presupuesto personal de carbono. La buena noticia es que modificar nuestros comportamientos tiene el potencial de ser más rápido que el cambio de infraestructuras o de instituciones anquilosadas, permitiendo reducir las emisiones con más éxito que algunas de las medidas adoptadas por los gobiernos.
Mientras pensamos por cuál de estas recomendaciones podríamos empezar y aprendemos a contar en toneladas de CO2, siempre nos queda hacer pequeños cambios en el día a día, uniéndonos a la moda del plogging, por ejemplo. Esa nueva versión del running, tan de moda en Suecia, que consiste en ir recogiendo la basura que nos vamos encontrando mientras corremos. Salir a correr con una bolsa de basura, pararte, agacharte a recoger el desecho y reiniciar la marchar, tiene numerosos beneficios. Por un lado, físicos, ya que se queman más calorías al tener que pararte y arrancar de nuevo. Por otro lado, tiene evidentes beneficios medioambientales, al ir limpiando nuestras calles y espacios públicos de plásticos, latas, botellas y otras basuras.
Nuestro modo de vida es una opción profundamente personal, pero a estas alturas no podemos ignorar los efectos de nuestro estilo de vida sobre el cambio climático. Los jóvenes que ahora están formando sus patrones de vida deben ser conscientes del impacto de sus acciones sobre el clima y tener el criterio suficiente para rechazar las conductas insostenibles, eligiendo vivir de manera más sencilla, auténtica y en armonía con la naturaleza, nuestra fuente de vida.