En las últimas décadas, la calidad en la alimentación de las personas ha descendido considerablemente por varias razones. Los nutrientes que proporciona el suelo cultivable no son los mismos en calidad ni en cantidad que hace 30 años. El tipo de agricultura que año tras año se realiza en la mayor parte de nuestros suelos resulta ser un potente catalizador de la degradación de los mismos. La falta de cobertura vegetal en los terrenos ocasiona fuertes escorrentías y erosiones que ocasionan la perdida de suelo cada año. Por otro lado, el excesivo uso de fertilizantes químicos, agrotóxicos y pesticidas produce una reducción considerable de materia orgánica, de microorganismos, y por consiguiente, de algunos nutrientes esenciales. A esto hay que añadir, el uso los transgénicos en la fabricación de nuevas plantas y, por último, el aumento de emisiones de CO2 que, según la revista Nature, están empobreciendo lentamente el contenido en minerales de los alimentos de primera necesidad en el mundo. Se prevé que, de aquí a 2050, disminuya la concentración de nutrientes como el hierro y el zinc y también de proteínas en el trigo, el maíz, la soja y el arroz. Todos estos factores hacen que la comida que llega a nuestro plato sea mucho menos nutritiva y algo más tóxica, generando poco a poco una epidemia silenciosa de deficiencias de vitaminas y minerales, con consecuencias importantes para nuestra salud.
El diseño de las ciudades también puede ser determinante a la hora que acceder a una alimentación de calidad. Pocos tienen el privilegio de tener una buena frutería o pescadería en su propia calle. En las grandes urbes existen los conocidos desiertos alimenticios, es decir, aquellas zonas donde viven residentes de bajos ingresos, con acceso limitado a alimentos asequibles y nutritivos como, por ejemplo, las frutas y verduras. Por el contrario, en estos desiertos alimenticios proliferan todo tipo de empresas de comida rápida, disparando los índices de sobrepeso y obesidad.
Ante el aumento de la población mundial y la deficiencia nutricional de suelos, se están buscando nuevas alternativas para generar alimentos de manera más sostenible. Se busca a la vez garantizar en cierta medida una democracia alimentaria a nivel mundial. En este sentido, el avance tecnológico aplicado a la alimentación está operando un cambio hacia lo que se denomina ganadería limpia, que tiene su base en la ingeniería celular, dicho de otro modo: la creación de tejidos a partir de células madres. Ya se ha conseguido producir leche de vaca sin que salga de la vaca, a partir de caseína en combinación con proteínas, y está siendo comercializada. Más increíble aún, ya no es necesario matar un ternero para comerse un chuletón, la empresa Memphis Meats de Estados Unidos es capaz de elaborar carne deliciosa y saludable, a partir de células madres, respetando así los animales. Tampoco son necesarias las gallinas para comerse unos huevos fritos, Clara Foods consigue fabricar huevos sin necesidad de criar gallinas.
La revolución en la alimentación también alcanza a la manera de gestionar sus residuos. Diariamente, se tiran a la basura enormes cantidades de alimentos en buen estado. ¡Un escándalo! La aplicación de móvil Too good to go (demasiado bueno para tirarlo) permite a los restaurantes y negocios de alimentación dar salida a aquellos alimentos que no se hayan vendido al acabar el turno de comida. Se evita así tirar comida en perfectas condiciones, gracias a un nuevo tipo de clientela que puede disfrutar de la comida que sobra a un precio mucho más económico. Esta iniciativa es puesta en marcha no solo por tiendas de alimentación, sino también por conocidos restaurantes.
En otra escala más grande, encontramos a la empresa francesa Love your waste (ama tus residuos), que convierte los restos de comida en un verdadero tesoro. Trabajan con colegios, hospitales, restaurantes y caterings donde recogen toneladas de desperdicios que acaban cada día en los contenedores de Paris. La comida es metanizada para convertirla, por un lado, en biogás, en energía renovable, y por el otro, en fertilizantes orgánicos para la agricultura sostenible, de proximidad y no contaminante. Esta iniciativa es un buen ejemplo de cómo aplicar los principios de la economía circular. Ni que decir tiene, el inmenso potencial que posee a nivel económico. Además, este tipo de negocio tiene un impacto social positivo para las empresas, ayudándolas a conectar con su público, sobre todo con sus propios trabajadores. Love your waste contrata desempleados de larga duración, actuando sobre los dos problemas estructurales de la sociedad: el paro y la protección del medio ambiente. En 2016, esta empresa ganó un importante premio de innovación social en la Unión Europea, como prueba de que se puede progresar económicamente con proyectos que dan respuesta a un problema ambiental y generan a su vez importantes beneficios sociales.