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Clásico

Misión sostenible

Por María Teresa Pérez Martín

Salud oceánica = Salud humana


Coincidiendo con el Día Mundial de los Océanos, del próximo 8 de junio, me gustaría rendir tributo a esa gran masa de agua sobre la cual se sustenta la vida humana. Alrededor del 97% de la hidrosfera es océano. Es justamente esta gran dimensión la que nos despista y hace pensar que los océanos son tan grandes, que pueden absorberlo todo. Eso pudo ser verdad hace miles de años, pero en los últimos cincuenta, la sobreexplotación marina ha arrasado con casi el 90% de los peces grandes del mar. Los pesqueros de arrastre industrial raspan el mar como máquinas excavadoras, arrasando con todo lo que encuentran en su camino. Por otro lado, toneladas de plásticos llegan al mar, formando un nuevo continente, “la isla de plástico” que vaga por aguas del Pacífico. Según un informe publicado por WWF, el Mare Nostrum alcanza niveles récord de contaminación por microplásticos, con una concentración de 1,25 millones de fragmentos por kilómetro en el mar. Y por si no fuera poco, se sabe que las emisiones de CO2 provocadas por el hombre están alterando el Ph de los océanos, elevando su acidez. Esto es una mala noticia para el plancton productor de oxigeno y por ende para la salud humana.

 

¿Y por qué debería importarnos que cerca de la mitad de los bancos de coral hayan desaparecido, o que haya una misteriosa baja del oxígeno en el Pacífico? Pues, porque esto también tiene que ver con nuestra salud. Con cada gota de agua que bebemos, y cada vez que respiramos, estamos conectados con el mar, no importa en dónde vivamos, ya sea en costa o en el interior. Dependemos directamente del océano. La mayor parte del oxígeno producido en la atmósfera se genera en el mar y la mayoría del carbono orgánico del planeta es absorbido por los microorganismos marinos. Además, las corrientes marinas dirigen el clima, regulan las temperaturas, determinan la química de la Tierra, y los más importante, generan las lluvias. Si no hay agua, no hay vida. Si no hay azul, no hay verde.

 

La educación y la investigación son clave para revertir esta situación. Se protege lo que se quiere, y para quererlo, es necesario primero, conocerlo. Los oceanográficos, acuarios y museos marinos son una buena fuente de sensibilización publica para conocer las maravillas de la vida marina. A través de Ocean de Google Earth se puede explorar el fondo marino que rodea a las Islas Hawaianas, la fosa de las Marianas o nadar junto a ballenas jorobadas, por ejemplo.

 

Como consumidores, tenemos un gran poder, haciendo una buena elección del pescado según su origen, modo de pesca, etc., para condicionar así el mercado. Oceana.org recomienda comer pescado local, peces del tamaño de las anchoas o el arenque y marisco de criaderos. Hay que ser consciente del valor de lo que tenemos en el plato; el sushi, sashimi o cóctel de camarón tiene un coste real mucho mayor que el precio que pagamos. Por cada kilo que se vende en el mercado, diez son arrogados al mar como desperdicio.

 

La buena noticia es que la tecnología digital proporciona interesantes soluciones. De entre todas, me quedo con las que se están desarrollando a través del Acelerador Katapult Ocean, iniciativa noruega dotada de una generosa financiación. Conocemos también el Ocean Cleanup, esas largas barreras flotantes que funcionan con las corrientes oceánicas para recolectar pasivamente la basura, evitando la captura incidental de peces no deseados. Para recopilar datos, contamos con el Wave Glider SV3, un robot autónomo con energía solar, capaz de hacer misiones de hasta un año y llegar a lugares desconocidos. Gracias al uso de redes de arrastre de alta tecnología se capturan solo especies de peces específicas, con anillos de escape que permiten la salida de los demás. Para evitar la sobrepesca implacable del atún rojo, por ejemplo, se utilizan pequeñas etiquetas electrónicas que transmiten datos sobre sus movimientos, patrones de migración e interacciones con el resto de la vida marina.

 

Todas estas iniciativas, junto con la campaña de sensibilización global sobre los plásticos en el mar, pueden hacer cambiar las cosas. ¡Seamos positivos! Todavía queda un diez por ciento de los peces grandes, algunas ballenas azules, algo de Krill en el Antártico y algunas ostras en la Bahia Chesapeake. La otra mitad de los bancos de coral están todavía sanos, formando un precioso cinturón de joyas alrededor del mundo. Aún hay tiempo, pero no mucho, para proteger el corazón azul del planeta. Nosotros decidimos cuanto queremos conservarlo. Nuestra suerte y la del océano es la misma. Por los niños de hoy, por los del mañana, ahora es el momento.

 

mision.sostenible@gmail.com