La primera vez que escuche el término de deficientes sociales, fue a Javier Urra. Nos contaba cómo en su primer destino, en un centro de reforma de jóvenes de Cuenca, pudo observar que cuando los jóvenes hablaban de su madre o de su futuro, lloraban, y sin embargo, cuando estaban en un grupo de iguales, se mofaban, se reían y si podían mostraban su “yo hipertrofiado”. Eran vulnerables, pero funcionaban como si su pensamiento estuviese cortacircuitado, no tenían habilidades sociales.
Son personas que carecen de ética, que tienen muchos valores sin desarrollar. Pero ¿dónde se aprende la ética y los valores? Pues, en casa, sí, y también en la escuela, en las actividades deportivas, … Pero ¿qué ocurre si no tengo un ambiente que me lo enseñe? Que cogeré los valores que ofrece la calle, pero la calle puede ser cruel y mala maestra.
Hace unos días unos jóvenes que iban en un tren, se decían entre si, “En la próxima parada, a una chica con el pelo corto y una cazadora roja, le pegamos una paliza. Ten, te dejo mi pasamontaña”. La persona que estaba escuchando esta conversación, era una chica de esas características. Estaba claro que la conversación iba para ella. ¿Qué es lo que hizo esta chica? Se levantó y les hizo una foto. Cuando ellos le recriminaron que les habían hecho una foto, dio la casualidad de que era una asistente social de un centro de menores, y les dijo que lo que habían hecho era denunciable, a lo que le respondieron que “era una broma” La asistente social aprovecho no solo para reprenderles, sino también para explicarles cómo era el centro donde ella trabajaba, y donde podrían acabar ellos si seguían con esas conductas. No sé si serviría para algo, pero alguien tiene que poner límites y explicar consecuencias, antes de que estas se conviertan en sus verdugos.
Si vamos al sótano de estos deficientes sociales, vemos que en su vida no han tenido ética del cariño, muchos han sido pobres diablos. Si rascamos un poco en la piel, vemos sus desgarros y sus heridas. Recuerdo que hace ya varios años, me crucé por el pasillo del colegio con uno de estos deficientes sociales, que se movía a base de impulsos incontrolados y hostiles, un tiarrón de 1,79, y al cruzarnos le dije le dije “Te quiero”, y cuál sería mi sorpresa cuando vi que se volvía hacia mí y me decía: “Me lo puedes decir otra vez”.
En otra ocasión en la que yo entraba en una clase para apoyar a unos alumnos con dificultades, se me acercó un alumno, y me dijo “¿Me puedes ayudar a mi también?”. Era de esos alumnos que todos pensaban que pasaba de todo. Pero no, no pasaba de todo, sino que a lo mejor eran los demás los que pasaban de él y necesitaba una compañía amable.
Javier Urra, comentaba que un día se llevó a casa un niño que había delinquido y al abrir la puerta, una señora les dijo a gritos: “Ya está aquí el hijo p…. éste”. Y la señora en cuestión era su madre. Es duro, pero muchos no han tenido tan siquiera unas ”miajas emocionales de madre”. Son jóvenes que están embarrados sociablemente.
Otra característica de estos deficientes sociales es la fobia social. Se trata de un trastorno de ansiedad caracterizado por un miedo persistente a una o más situaciones sociales por temor a que resulten embarazosas. Últimamente se está comprobando, por ejemplo, que muchos de nuestros jóvenes tienen miedo a responder por teléfono; se manejan bien con el wasap y las redes, pero no hablando directamente.
¿Te has fijado la facilidad con la que tu hijo o hija hablan en público? ¿Les sudan las manos cuando necesitan expresarse? ¿Se sonrojan cuando están rodeados de muchas personas? Cuando tienen un evento en el que deben hablar, ¿se preocupan muchos días incluso semanas antes? ¿Tienen dificultades para hacer amigos? En ocasiones los sentimientos de inseguridad anulan nuestra capacidad de relacionarnos.
La mayoría de los “ismos”: racismo, sexismos,… son problemas de discapacidad social. Se trata de una incapacidad de ponernos en el lugar del otro, de admitir, que este mundo es un sitio para todos, que no sobra nadie, sí nadie, ni ese en que estás pensando, simplemente él no ha encontrado su sitio, o tú no entiendes las zapatillas con que él va andando por la vida. Deberíamos aprender a girar el tablero para ver la jugada de los demás.
Cuando nuestros jóvenes no se encuentran, buscan, pero buscan fuera, y a veces encuentran lo que no les conviene.
Nadie les enseñó cómo ser adultos, muchos no se sienten preparados para serlo. Tienen que vivirlo, equivocarse, pedir perdón, perdonar y perdonarse, dar las gracias, aprender a disfrutar de los éxitos y llorar los fracasos. Construir la vida. Pero mejor con una buena guía.
Es muy útil ponerles algo muy sensible a su cargo: un animal, un niño, un anciano. Hay una preciosa película titulada “Diecisiete” donde un adolescente, detenido por delinquir una y otra vez, se trasforma cuando tiene que cuidar de su abuela y le asignan un perro para responsabilizarse de él. Además de exigirles, hay que darles responsabilidades y creer en ellos.
Necesitan sentirse útiles, encontrar su ikigai, es decir su propósito en la vida. Ver que pueden ser alguien sin necesidad de ser rudos. Tienen que tomar decisiones, hacerse cargo de las consecuencias. Cambiar errores vergonzosos por medallas de educación.
Necesitan exponerse a situaciones duras, pero con gente que les muestre sus sentimientos. Que hay hospitales, centros de tetrapléjicos, personas que tiene dificultades para comer, y que la vida va en serio.
Cuando nos traten mal, hay que tratarles bien, a veces con límites y firmeza, pero con educación. Si la gente les trata y les considera como despojo de la sociedad, en ello se convertirán.
Dicen que estamos viviendo un partido amañado por Dios, y cada uno tenemos que jugar en el puesto que nos ha colocado “el entrenador”, y hacer bien nuestro papel, sin mirar a otro lado. Educar por encargo social, a los nuestros y a los demás, con la palabra, pero sobre todo con el gesto.
Tienen que aprender a despedirse del rencor y cerrar capítulos de su vida. Y que sus deficiencias sociales no los lleven a cometer errores irreversibles.
Descubrir que todo lo que de verdad necesitan siempre viaja con ellos, en su mente, en su alma, en su cuerpo.
Para no ser deficientes sociales deben tener una serie de habilidades sociales, que nos sirven para relacionarnos adecuadamente ante los demás. Precisan de un manejo adecuado de la comunicación tanto verbal como no verbal, dentro de una conversación. Saber iniciarla y finalizarla, concertar citas, escuchar, formular una pregunta, dar las gracias, presentarse, presentar a otras personas, realizar un cumplido.
Necesitan también habilidades defensivas como saber decir no, canalizar la ira. Ofrecer disculpas, ser capaz de darse cuenta de los errores y reconocerlos, saber disculparse.
Hacer peticiones, expresar los sentimientos, formular críticas y saber recibirlas, poder negociar, defender derechos.
Empatía. Es decir, saber ponerse en el lugar de la otra persona. “Ser diferente depende solo de cuantos estén en tu bando”, nos dice Albert Espinosa.
Asertividad. Habilidad para ser claros, y directos, diciendo lo que se quiere decir, sin herir los sentimientos de los demás. Para aprender a decir no, es muy útil saber conjugar la palabra “prefiero”. Por Ej. “No quiero ir, prefiero quedarme en casa”.
La Educación es un dique contra la vulgaridad y contra la deficiencia social. Reeducar a la sociedad es un camino. Lento, pero debe ser amable y amoroso. Debemos intentar devolver a la sociedad un ser humano lo más estable posible.