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Aitor, burgalés de nacimiento y valenciano de adopción, es uno de los muchos voluntarios que han respondido al llamado de emergencia tras la devastadora DANA que golpeó a varias localidades de la Comunidad Valenciana. Con una mezcla de consternación y entereza, relata su experiencia en las primeras horas de ayuda en Benetússer, una de las zonas más afectadas.
"Fuimos cuatro personas desde primera hora de la mañana. Íbamos a ayudar a una conocida que vive allí, y la calle era un desastre: una hilera de coches bloqueando el paso, todo parecía fuera de lugar", cuenta, evocando imágenes de desorden y destrucción que lo impactaron profundamente. Al llegar, descubrieron que los servicios de emergencia apenas habían estado en la zona: solo cuatro bomberos voluntarios habían acudido el día anterior.
El trabajo comenzó sin esperar órdenes. Junto a otros voluntarios, Aitor empezó a vaciar cocheras inundadas, despejando garajes y moviendo coches arrastrados por la fuerza del agua. "La magnitud era dantesca; parecía un escenario de guerra. Era sobrecogedor encontrarse máquinas de gimnasio en una lonja, cuando el gimnasio estaba a más de un kilómetro de distancia", recuerda con asombro. Las puertas de las casas estaban abiertas de par en par, y las calles del barrio mostraban un contraste tremendo, especialmente en las viviendas de protección oficial, donde muchos residentes se enfrentaban a una realidad socioeconómica precaria y, ahora, a un desastre natural. "Es como estar en otro mundo, el agua parece que va buscando los lugares más frágiles".
Lo que Aitor ha presenciado es una mezcla cruda de humanidad y desesperación, con familias que apenas tienen fuerzas, pero encuentran la manera de sacar adelante a los suyos. Describe la valentía de los vecinos y voluntarios, quienes se han visto forzados a actuar sin esperar ayuda. "Son las propias víctimas quienes están sacando las castañas del fuego; el impacto de esta tragedia ha dejado a gente sin nada", cuenta. También describe la desesperación y la indignación de ver la falta de organización en algunos puntos. "Vas con tu buena fe, pero sin alguien que lidere es complicado; terminas sin saber bien qué hacer", admite, refiriéndose a cómo el esfuerzo a veces queda fragmentado y disperso.
Las imágenes se graban en su mente, como escenas de una película apocalíptica: edificios destrozados, vehículos abandonados en medio del caos, sonidos constantes de helicópteros y sirenas que retumban sin cesar. "Es un ruido constante, como el 'chof chof' del agua que sacas de las casas. Se te queda ese sonido en la cabeza, como una banda sonora de la catástrofe", describe.
Observa, también, la enorme disparidad entre Valencia capital y las zonas afectadas, en las que muchos llevan ya varios días sin luz, agua ni alimentos. "Andas apenas 30 minutos y la realidad es muy distinta". Sin embargo, reconoce la entrega de quienes siguen llegando con provisiones, de quienes no se rinden, de aquellos que se ofrecen a ayudar con lo que tienen.
Y es que la devastación va más allá de lo físico; el impacto emocional y social será largo y profundo. En sus recorridos, Aitor ha sido testigo de gestos de solidaridad conmovedores, como el de una psicóloga voluntaria que se paseaba entre los damnificados, ofreciendo apoyo a quienes lo necesitaban. "Esto va a pasar factura en la salud mental de muchas personas. Niños que han visto cosas en directo que a los adultos nos ha horrorizado ver por televisión. Cosas que nunca nadie debería ver. Hay gente que ha perdido a seres queridos, y otros han visto desaparecer el fruto de años de trabajo en minutos", afirma con tristeza.
Aun con el cansancio a cuestas y la tristeza reflejada en sus palabras, Aitor no duda un instante en su compromiso: "Si me dicen de volver mañana, vuelvo. Hace falta mucha ayuda y no se puede esperar a la burocracia; el pueblo salva al pueblo".
La tragedia ha dejado a Valencia herida, y sus cicatrices tardarán en sanar. Mientras los servicios de emergencia se dedican a las labores de rescate y limpieza en las calles, Aitor y otros voluntarios centran sus esfuerzos en las casas, en las familias, en quienes agradecen una mano amiga en medio de tanta desolación.
"Va a costar mucho que Valencia vuelva a ser la misma", concluye al tiempo que añade que "el impacto económico va a ser brutal y a nivel social también". Pero con cada gesto de ayuda, con cada mano que se tiende, la esperanza se fortalece en esta tierra que, aunque rota, se niega a rendirse.
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