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La sentencia en el juicio por las violaciones a Gisèle Pelicot cerró este jueves un caso que ha conmocionado al mundo gracias a la valentía de la demandante, una mujer de 72 años que dio un paso al frente en nombre de todas las víctimas que siguen "en la sombra".
Estas son las claves para entender el juicio con el que Gisèle Pelicot y la fiscalía han intentado marcar "un antes y un después" en la lucha contra la violencia sexual dentro y fuera de Francia:
La vida de Gisèle Pelicot era aparentemente idílica: después de una carrera exitosa en la eléctrica pública EDF y cuatro décadas casada con su marido Dominique, con el que tenía tres hijos y varios nietos, ambos se trasladaron en 2013 a Mazan, un pueblo mediano en el sureste de Francia, para disfrutar de una plácida jubilación. Lo único que parecía perturbar esa normalidad eran las pérdidas de conocimiento y otros síntomas extraños que sufría Gisèle, que llegó a sospechar que tenía un tumor cerebral o incluso alzhéimer.
En septiembre de 2020, Dominique Pelicot fue detenido por los vigilantes de un supermercado por haber grabado bajo las faldas de varias mujeres y, durante el registro de ordenador y la fase de instrucción de ese proceso, terminó de romperse el espejismo.
Las autoridades hallaron miles de fotos y vídeos en los que Gisèle aparecía inconsciente mientras se la sometía a abusos sexuales, con al menos 92 violaciones contabilizadas. Fue entonces cuando la víctima descubrió que sus síntomas se debían a las altas dosis de ansiolíticos que su marido le había suministrado sin su consentimiento.
Las violaciones a Gisèle bajo sumisión química se prolongaron durante casi una década, entre 2011 y 2020, y las perpetraron unos setenta hombres, de los que se pudo identificar a 51, incluido Dominique. El medio centenar restante, a los que Dominique contactaba por internet, eran hombres de entre 27 y 74 años y de todas las clases sociales: bomberos, camioneros, periodistas, enfermeros, militares y jubilados.
Ese abanico tan amplio llevó al movimiento feminista francés a apodar a los acusados como 'Monsieur-Tout-Le-Monde' ('Señor todo el mundo'), para destacar que el agresor podía ser el vecino, el compañero de trabajo o el familiar de cualquiera. "Yo también tenía un hombre excepcional, pero el perfil del violador puede estar en la familia, en los amigos", advirtió Gisèle Pelicot al intervenir en el juicio en octubre.
El proceso rompió los moldes de los juicios por violación, en los que las víctimas suelen permanecer en el anonimato si es que llegan a los tribunales, pues se estima que el 80% de las denuncias por agresiones sexuales en Francia quedan archivadas. Pero Gisèle Pelicot, que tras conocer lo que le había ocurrido pensó en suicidarse, tomó una decisión extraordinaria: dejar que se supiera su nombre y promover que el proceso fuera público.
Quería, con ello, conseguir que "la vergüenza cambiara de bando", una frase que ya se ha convertido en lema para el movimiento feminista, dado que muchas supervivientes no denuncian a sus agresores por el miedo a no ser creídas, la culpa o el temor a un proceso revictimizante.
El caso Pelicot también es excepcional por la amplitud de pruebas documentadas durante años por su propio marido, que impidieron a la defensa negar la existencia de los delitos, y por el hecho de que la demandante usara el apellido de Dominique, del que ya estaba divorciada. "Tengo nietos que se apellidan Pelicot y no quiero que sientan vergüenza por su apellido, sino orgullo de su abuela", defendió al ser cuestionada al respecto durante el proceso.
El juicio fue muy mediático y a menudo "humillante" para Gisèle, indignada por las estrategias de algunos abogados que trataban de rebajar la implicación de sus clientes en los abusos: "Para mí son violadores y lo seguirán siendo", subrayó. Al final, el movimiento feminista tuvo que encajar un veredicto menos ejemplar de lo que esperaba: en vez de los 652 años de cárcel que había pedido la Fiscalía para el conjunto de 51 acusados, el tribunal los dejó en más de 400.
El exmarido de Gisèle recibió la pena más severa, los 20 años máximos por el delito de violación agravada, y deberá cumplir al menos dos tercios de ella entre rejas. Sin embargo, otros acusados recibieron penas de apenas tres años y hasta seis de ellos quedarán en libertad, algo que ha indignado a muchos, pero no -al menos públicamente- a la propia Gisèle, que este jueves dijo que "respeta" la decisión del tribunal.
Laure Chabaud, la fiscal del tribunal de Aviñón, pronosticó a finales de diciembre que el juicio marcaría "un antes y un después", y muchas feministas aún confían en que la repercusión del caso obligue a hacer más contra la violencia machista en Francia.
Varias asociaciones presentaron en octubre 130 medidas para crear una ley integral contra las violencias sexuales, pero hasta ahora los pasos que han dado las autoridades son pocos y las organizaciones temen que, tras el final del juicio y con el bloqueo político actual en Francia, el impulso acabe por diluirse.
"El combate contra la impunidad no ha hecho más que comenzar", declaró este jueves en un comunicado la organización Fondation des Femmes. No obstante, la propia Gisèle Pelicot se mostró satisfecha por la reverberación del caso: "He querido, al abrir las puertas de este proceso, que la sociedad hiciera suyos sus debates. No lo he lamentado en ningún momento", subrayó.
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