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Soy el castillo de Urueña.
Por mi muralla también me conoceréis. Pues la villa a la que doy cobijo aparece circundada, casi en su totalidad, por una robusta cerca de mampostería que ha llegado hasta estos tiempos, dotando a mi población de una estampa tan característica como reconocible. Algo que ha permitido a mi villa convertirse en una de las más bellas de nuestra geografía.
Encaramada en lo alto de un cerro, esta plaza fue enclave fronterizo entre los reinos de León y Castilla y, cómo no, testigo de sus luchas. Fue la infanta doña Sancha Raimúndez, señora de la villa y hermana del rey leonés Alfonso VII 'El Emperador', la que mandó construir mis murallas defensivas a finales del siglo XII, con dos puertas que han llegado hasta nuestros días: la del Azogue, con sus dos cubos laterales; y la de la Villa, con arco apuntado.
Un siglo antes había nacido yo. Un castillo de forma cuadrangular, adornado con cubos semicirculares y una torre del homenaje, también de planta cuadrada. Los historiadores creen que fue el monarca castellano Fernando I 'El Magno' en el año 1060 quien pudo mandarme construir sobre los restos de una antigua fortificación romana.
Ahora tan solo soy el eco de un portentoso pasado. El mismo que acogió a la reina Urraca o a María de Padilla, recluida a mediados del siglo XIV por su amante Pedro I el Cruel. Fui prisión donde cumplió condena el conde Pedro Vélez. Su culpa, un amorío con una prima del rey Sancho III; su muerte, injusta y desalmada. Así lo recoge la sentencia del monarca:
"No le den cosa ninguna donde pueda estar echado/ y de cuatro en cuatro meses/ le sea un miembro quitado / hasta que con el dolor/ su vivir fuese acabado".
Mis muros perimetrales, que también encarcelaron a la princesa de Portugal doña Beatriz o al Conde Urgel Jaime II, guarecen desde el siglo XIX el camposanto de la villa, en una estampa que me hace aún más singular. Un cementerio en un castillo, sí. Así soy yo.
En 1876, Urueña sufrió un virulento incendio que asoló más de la mitad del caserío de la población. Para su reconstrucción se usó parte de la piedra de mi lienzo. Afortunadamente, se conserva el 80 por ciento del recinto amurallado, gracias a una restauración progresiva que comenzó en los años 70, coincidiendo con la declaración de la villa como Conjunto Histórico Artístico.
Se pueden recorrer hasta cinco tramos de mi adarve. Y allí es fácil dejarse conquistar por sus vistas. La inmensidad de Tierra de Campos impresiona. E incluso en la lejanía se avista la Sierra de la Culebra o los Montes de León. Más acá, en el valle, la ermita de la Anunciada. Único ejemplo románico lombardo en esta Comunidad.
Visitable es asimismo el torreón que llaman el peinador de la Reina. Con más de veinte metros de altura, era la única manera de conectar mi interior con el adarve. Es un mirador con una panorámica de 360 grados, sencillamente asombrosa.
Sigo siendo un reclamo para los miles de visitantes que cada año me pasean. También los que se acercan a la primera Villa del Libro de España, de la que presume Urueña desde 2007. Los museos etnográficos y musicales son el complemento perfecto a mis muchos atractivos, pero ninguno como un buen atardecer desde mis almenas. Sublime.
Soy el castillo y la muralla de Urueña.
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